viernes, 27 de mayo de 2011

Emprender la noche, de José Zuleta. Por Hernando Guerra Tovar.

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Página del Portal José Zuleta
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jueves 2 de julio de 2009

Emprender la noche, de José Zuleta


Por Hernando Guerra Tovar

José Zuleta Ortiz (Bogotá, 1960), nos muestra en su poética mundos diferentes, que sin embargo han estado ahí, al alcance de nuestros sentidos, de nuestra mirada, acaso empañada por otras urgencias, otros apetitos. Lejanos territorios de la cotidianidad más inmediata. Objetos cercanos, teñidos de una voluptuosidad desconocida, colmados de belleza nueva; distinto rostro del entorno familiar, paisaje inadvertido hecho presencia.


Asistimos en esta poesía a un itinerario por el envés de las cosas, el otro lado de los usos y costumbres, el redescubrimiento de regiones externas e internas del hombre, en su discurrir por la tierra que le es propia o ajena, según nuestra percepción, de acuerdo al lado y al lente desde el que lo abordemos. El verbo, limpio de los sedimentos de siglos de uso, desuso y maltrato, muestra ahora su identidad primigenia, intacta. La Antología Emprender la noche (Colección Los Conjurados, Común Presencia, 2008) es así, poéticamente, un llamado del autor para que busquemos en el sueño la vigilia de nuestros actos, del entorno, los motivos que habitan más allá de la apariencia, la verdad oculta, el fin y el propósito que impulsa todo acto, todo hecho, toda circunstancia.

Desde siempre el poeta se ha caracterizado por su condición de vidente, por el desarrollo de su capacidad de intuición, de la percepción atenta o verdadera, que linda en la sabiduría, en el conocimiento. Ortiz Zuleta asume en su palabra dicho propósito, en un lenguaje sencillo, alejado de cualquier posibilidad de estridencia o de retorica. A contario sensu, lo hace de una manera natural, como bien lo anuncia el también poeta y escritor Elkin Restrepo: “Por un don inestimable, a José Zuleta se le ha permitido hacer propia la magia natural de las cosas, sin artificios, ni retóricas intelectuales, que es lo que suele suceder entre nosotros” (…) Nos entrega así, “sus poemas claros, sensuales, espléndidos, aferrados a pequeños rituales y percepciones repentinas...” Miraremos, pues, con el lector, libro por libro, el contenido de esta obra, de un autor que se destaca como una de las voces originales, auténticas, de la poesía de su generación en Colombia:

“Las alas del súbdito” (Primer Premio Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos, Riosucio Caldas, 2002), constituye un recorrido por la sencillez, por la elementalidad de la vida. La paradoja de lo cotidiano enaltece el milagro del ser, en lo rural, en lo urbano. En el silencio. En el barullo. Las discretas costumbres de una región de belleza y riqueza invaluables, ignoradas por un Estado ciego y sordo, se vindican en este libro, que nos recuerda en un viaje por río a través de la selva, las contingencias del árbol que en su mágica presencia, cobra aquí sentido estético más allá de la posibilidad ética: “…se respira el agua…la balsa avanza. / Chaquiro, Sajo, Amarillo, Cedro, Tangare, / Comino, Flor Morado y Chanúl. / Tantos años erguidos; como casa de pájaros, / camino de ardillas, trapecio de micos, / sombras de orquídeas, / filtros de luz…” (Bocas de Satinga).
Y el contraste urbano lo aporta el anodino personaje “pregonero de abalorios, de ilusiones”, que después de una faena extenuante por la ciudad, como “súbdito de riquezas anónimas / (que) vende para pagar facturas ajenas. (…), llega por fin a su colina amada y “feliz: sabe que en algún lugar / de la estancia están esperándole las alas… / ahora podrá volar lejos del reino, lejos del vocerío, / y verá / desde lo alto el mundo, y hasta podrá quererlo. (Las alas del súbdito). Paisaje rural y urbano de un uni-verso que se redescubre en su contraste de oscura desidia, ante la aceptación de una alienación sin límite, en la dura modernidad que nos constriñe.

En “La línea de menta” (Colección Escala de Jacob, Universidad del Valle, 2005), la lúdica de los sentidos hace del fruto un festejo:”Avanzo por la tierra y sus fragancias, / siento las caderas dulces de los mangos, / los cascos cosidos con hilos blancos / en el costurero del mandarino. (…) El erotismo sutil de la palabra deriva en el entretanto del ocio que brinda la siesta, “el menú” del cuerpo hecho manjar del deseo: “Después de la prisa / de las prendas cayendo, / mariposas urgentes vuelan tu pecho”. Todo aquí convida al descanso, al solaz, a la contemplación de un mundo detenido en la pereza. Salvo el texto que nomina al poemario, la agenda del poeta y del poema es insustancial: “Viviría soñando…/ vagaría en duermevela / por libros claros, / por películas, / por cuadros rojos y amarillos, / por recetas perfumadas de hierbas. Sin embargo, entre esta despreocupación cercana al hedonismo, hay un lugar para recordar la tragedia del Raúl Gómez Jattin, su viaje intempestivo al encuentro con su progenitora. Y hay lugar, asimismo, a la trascendencia, a la mirada hecha visión, cuando Zuleta Ortiz observa el río del tiempo entre la lluvia, como en un prisma, en su recorrido por la exaltación de la fruta, para llegar a esta imagen bella y exultante: “sigo / ahora llueve / miro al fondo la montaña oscura / veo un río, / es una línea de menta que desciende.”

Tal vez la festiva despreocupación del libro que antecede haya sido necesaria en la arquitectura de la poética, de la secuencia lógica o arbitraria de la antología, hasta llegar a “Música para desplazados” (Premio Nacional de Poesía, Casa de Poesía Silva, 2003) en donde la convocatoria hecha bajo la irónica consigna “descanse en paz la guerra”, confronta la dolorosa “realidad” de una nación que se debate entre la insensatez de la violencia y la belleza inocua del poema. La dura pregunta de Höelderlin tiene respuesta en este poemario, cuando José Zuleta Ortiz consigna el hecho simple de un activismo cívico, fundado en la palabra, alejado del ataque, como corresponde al ser inteligente que no ignora las verdaderas “razones” del flagelo, del maridaje de una aristocracia rancia y corrupta, postrada, genuflexa ante poderes del “otro lado” del mar y del sueño. Entonces todo fluye y confluye. El río no sólo lleva muertos, lleva también la vida con destino al hombre citadino. No sólo lleva el cadáver del árbol milenario, transporta así mismo el alimento, es decir la paz, porque la paz, amigo lector, comienza en el estomago.

“En el andén de la Galería Alameda”, el poeta describe la atroz intermediación en el comercio de los frutos, el destino final de “tantas semanas de paciente labranza, (…). Este poema, bello en su singular desgarramiento, canta una “realidad” que se nutre de la indiferencia de quienes fungen un poder oscuro, de intereses mezquinos, podridos como aquellos frutos que no resisten los embates del clima, y la displicencia del sistema: “Derrotados en la guerra del andén, / sin los encargos de los hijos, / ni el corte de género para ella, / ni la funda nueva del machete, / suben al techo del bus de escalera, / para volver al monte azul donde / la vida es una guerra perdida.”

El campo, representado en los objetos de labranza, exhibidos en su belleza intacta, “En el almacén agrícola”, en “La siesta azul de las herramientas”. Los olores, la fragancia de un pueblo honesto, trabajador. Y “El expreso del sol”: evocación poética, con el sutil llamado, con la propuesta implícita: “Un tren haría todo más fácil.” Quienes tuvimos la fortuna de viajar en este legendario “expreso”, entre La Dorada y Santa Marta, sabemos de un país bello, que no sólo se viste del paisaje de la guerra: “También están los ríos y los puentes, / los peñascos, los túneles, / el mar, la carga y el muelle ferroviario / estás tú allá y yo aquí, / sólo falta el tren para rodar por la escalera dormida, para mirar por la ventanilla la fuga de los árboles (…). Los mismos árboles del bello poema, donde confluyen todos los milagros: la lluvia, el pájaro, el nido, “el peregrino en su sombra”, “el agua en la savia certeza de su sangre”. El árbol de la intemperie, de la noche, del frío, del rayo, de la tormenta. El árbol en el que “el fruto se tiñe de colores maduros”. Ah, los Árboles: en el silencio de su serena majestad habita un canto”.

“Mirar otro mar”, (Hombre nuevo Editores, 2006), es la celebración del goce por la vida. “Rueda sin rumbo la noche…” La alegría como motivo poético. Un delicioso erotismo recorre estos poemas. La mujer y la gastronomía se mezclan en una receta, en donde la comida de mar, las frutas y los aderezos, extienden por la página olores, sabores, exquisiteces; alcoholes en infinitas rondas de roces, risas, alas. Los nombres de los poemas hablan por sí solos: “Hambre”, “Otra ronda”, “La mujer de enfrente”, “Lo de la vecina”, “Cantar dentro de ti”, “Una cerveza en la Habana”, “Seducción”, “3 A.M.” “5.30 A.M.” “Como los ángeles”, “Placer glaciar”, “Motel Santa Bárbara”, “Tinta Roja”, “Intensidad”, “A la intemperie” “Insectos”“Visita conyugal”, “Apetitos varios”.

Sí, los títulos de los textos hablan por ellos mismos. Mas, he ahí uno de los encantos de este libro. El poeta sabe de la predisposición del lector. Algo así como una intuición psicológica. Lo cierto es que al abrir el poema, al asumirlo, nos damos cuenta del subterfugio estilístico: en “Hambre” hay un pre-texto culinario, una rica preparación de pescado con los ingredientes de la mejor cocina, que activan las papilas del gusto, para concluir con el siguiente verso, no exento de humor y coquetería: “sólo tú me apeteces”. En “Lo de la vecina” el asunto se resuelve en que hay un árbol que todas las noches, generosamente, deja caer sus frutos de piel roja y carne amarilla, sobre el prado de la vecina. Sólo basta “inclinarse y tomar en la mano la paz de la fruta”. “Cantar dentro de ti”, es otro ejemplo de cómo el autor se apropia del alcance semántico de la fruta, su magia, su deleite, para trasladarlo a la escena erótica: “Lo mejor de ti son tus silencios: / espera de mango, / distancia de naranja, (…) “Ver tus manjares intactos”, / tu hambre, (…) El poema “3 A.M.”, es un juego en el que el poeta compara un electrodoméstico con el ser deseado: “cruzo el umbral… / entreveo su blanca presencia, deseo entrar en ella, / sentir sus aromas, guío palpando mi mano hasta el secreto, (…) Al final de este insomnio sugerente, el poeta, ya de nuevo en la cama, se pregunta si habrá dejado la puerta abierta.

Hay una segunda parte de “Mirar otro mar”, en la que el poeta vuelve la mirada hacia la región del pacífico. Poemas como “Tumaco”,” “Mulatos”, “Boceto con pelícanos”, “En el alto Atrato” “Ensenada de Utría”, “Bajo San Juan”, “Bahía Solano”, “Isaura vuelve a casa”, acaso sustentan el título del poemario en tanto constituyen un intento del poeta por rescatar esta rica región, saqueada a la par que ignorada por siglos: “Abarcos, Natos, Zapanes, / Caobos y Chaquiros / abatidos. (…) (Bajo San Juan); “En el caney y el bulevar / marineros rojos bailan con negras de colores” (Isaura vuelve a casa).Es una denuncia de la sobreexplotación de los recursos y de la indiferencia de un Estado centralista, indolente, corrupto. Es asimismo la exaltación de una raza que vive en la alegría de sus raíces, de sus rituales, de la danza traída de África, y de la poesía que crece silvestre en su bella y vasta geografía: “Leve como la fragancia del agua. / Nueva, como el aire en la sangre. / El hombre de los instantes, supo: / la belleza es fuego que llama, / es la hoja que vibra en el bosque”. (Epitalamio).

El último libro de esta Antología, que contiene la obra poética hasta ahora publicada por José Zuleta Ortiz, “Las manos de la noche”, segundo premio en el concurso internacional de Poesía de la Universidad San Buenaventura en 2007, contiene ocho textos, como anticipo de la publicación del libro por parte de la Universidad Nacional de Bogotá, en la Colección Viernes de Poesía que impulsa el profesor Fabio Jurado Valencia, cuya presentación se hizo el pasado 19 de marzo de este año, en el marco del día Mundial de la Poesía que convocan y organizan cada año Común Presencia Editores y el periódico virtual Con-fabulación, poemas que mantienen la unidad temática y de tono del contexto de la obra del autor aquí reseñada: “Hace años / las ardillas viajaban / de la costa atlántica / a la costa pacífica, / de rama en rama / sin bajar al suelo. / Era cuando los árboles estaban tomados de las manos / jugando a la ronda de los bosques. (Tomados de la mano)
“Emprender la noche”, un acierto estético. José Zuleta Ortiz, “cazador de instantes”, una voz diferente que refresca la poética colombiana, a la vez que indaga y señala otras regiones de la geografía y del pensamiento; derroteros preferibles, más humanos, para la tierra, el hombre y su palabra. Otra mirada, otro mar, otras posibilidades en un país en donde la ceguera y el autismo de la dirigencia, constituyen el “Padre nuestro” de cada día.

lunes, 23 de mayo de 2011

Fugas de tinta 3. Crónicas, cuentos y relatos escritos desde la cárcel.

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*** “Fugas de Tinta 3”. Por: Camilo Gómez. Web de Mincultura, 11 de mayo de 2011

http://www.mincultura.gov.co/?idcategoria=43585 (Allí texto completo)

El pasado 10 de mayo se llevó a cabo en la 24 Feria del Libro la presentación de “Fugas de Tinta 3: crónicas, cuentos y relatos escritos desde la cárcel”. Esta antología de textos escritos por reclusos da cuenta del trabajo realizado en 2010 en varias cárceles colombianas por el Programa “Libertad bajo palabra” de la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa (Relata). La presentación del libro estuvo a cargo de José Zuleta (coordinador del programa) y de Luis Rocca, del Taller de Edición Rocca. Pudimos hablar con ellos sobre “Libertad bajo palabra” y la presentación al gran público de “Fugas de Tinta 3”, que según el prólogo del mismo Zuleta, nos muestra “la diversidad de seres que confluyen en cada uno de nosotros”. ( Información sobre el libro: http://ntc-narrativa.blogspot.com/2011_04_20_archive.html )

“Fugas de Tinta 3”

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** Entrevista a José Zuleta (“Fugas de tinta 3”). Por Claudia Patricia Mantilla Durán. Entrevista en la 24a. Feria Internacional del Libro de Bogotá (24a, FILBO) Audio (10.03 min):http://www.4shared.com/audio/cKSrME9G/INFORME_NO_5_LIBRO_FUGAS_DE_TI.html

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Libertad bajo palabra

Por: Juan Villamil

A los escritores presentes en la Feria del Libro les asisten, por estos días, trece pasiones: figurar en prensa... una vez por día.


Ese afán, en parte compartido por los editores, es natural y de muchas formas sustenta su oficio. Incluso, podría decirse, lo alimenta. Por eso la mandíbula no puede menos que desencajarse y caer al suelo cuando uno escucha esta frase: “No desean ser publicados, acceden a regañadientes a la publicación, o firman con seudónimo”. ¿Qué extraños escritores son estos, para quienes el oficio de escribir nada tiene que ver con el de publicar? La respuesta a esa pregunta comienza en 2005. José Zuleta, ganador del premio nacional de cuento, se dirigía con otros escritores a una tarima puesta en la cárcel El Buen Pastor a dar un recital literario. Al pasar junto a las reclusas advierte una primera curiosidad: varias llevan libreta y bolígrafo en sus manos. Querrán tomar nota del recital, tal vez. Y enseguida la segunda curiosidad: las agendas están agobiadas de letras. Al acercarse a una, Zuleta descubre lo impensable: literatura.

El recital, entonces, se hizo. Zuleta y los demás escritores tomaron asiento, y las reclusas leyeron “desde sus entrañas”. La vitalidad de esos textos bastó para concebir, ¡qué digo concebir!, aceptar la idea en el aire de hacer literatura en las cárceles. El taller se tituló“Libertad bajo palabra”, y ha pasado de ser un solitario esfuerzo a ser un programa con presencia en 15 cárceles de todo el país. Resultado de los talleres: se han recopilado tres antologías, la última lanzada hace dos días en la 24ª Feria Internacional del Libro de Bogotá: Fugas de tinta III. Antologías que reúnen cuentos, poemas, textos autobiográficos y, por qué no, confesiones. Sus historias, dice Zuleta, parten desde más allá del expediente, desde esa primera —y muchas veces en penumbra— infancia con rasgos comunes. “Libertad bajo palabra” no es para estos escritores una oportunidad, es una necesidad: la que habita en toda persona que ha sido privada de la libertad para proteger a la sociedad: contar su versión de los hechos.

Hace unos meses al taller que dirige Zuleta se acercó un hombre, imagen compleja y viva de una realidad que pocos conocen. Su deseo de pertenecer al taller de escritura era sostenido por el recuerdo de sus dos hijos, a quienes nunca (de más estaría escribir las razones) permitió ir a la cárcel a visitarlo. Este hombre sin nombre quería escribir una carta a sus hijos, nada más. Aquella monumental empresa abarcó seis meses de su vida, de su condena, pero toda vez que en esa carta logró expresar con exactitud lo que había pasado, allá afuera en el mundo en el que vivía, y allá adentro en su corazón oprimido, pudo al fin recibir a sus hijos en prisión. ¿Y la carta? No fue publicada, y solo él y sus hijos saben si un día fue —o será— leída.

¿Qué extraños escritores, pues, son estos, para quienes el oficio de escribir nada tiene que ver con el de publicar? Analfabetas, iletrados, delincuentes. Amanuenses de otra realidad, para quienes la búsqueda de un personaje no será jamás un problema, y cuya propia vida sería —¡cuán torpemente!— la envida, por estos días, de cualquiera de esos escritores ansiosos por figurar.

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